Cámara
de la muerte
lítico
puertorriqueño
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Por
Edgardo Román
Bandera
Roja
Un
viejo fantasma recorre nuestras costas y pretende
regresar a formar parte del esquema penal en Puerto
Rico. La fiscalía federal pretende la ejecución de
los acusados de delitos federales que acarreen la pena
de muerte, mientras el gobernador de Pennsylvania ha
solicitado la extradición de tres puertorriqueños
para que enfrenten un proceso judicial en el que se
exponen a ser condenados a la pena de muerte. Todo
ello ha provocado nuestro repudio, pues en Puerto Rico
existe una larga y profunda tradición jurídica
abolicionista. El caso de extradición está sometido
y en espera de ser resuelto.
Pennsylvania
es uno de los estados que componen los Estados Unidos
que más impone la pena capital a las minorías. En un
artículo publicado por la American Civil Liberties
Union (ACLU) sobre la raza y la pena de muerte, se
desprende que la mayor cantidad de ejecuciones de
grupos minoritarios en los EE.UU. ocurren por las
cortes militares con un 86%; en Colorado, 80%; por el
gobierno federal, 77%; en Luisiana, 72%; y en
Pennsylvania con 70%. De ese 70% de casos donde se
acusa por delito donde se puede solicitar la pena de
muerte, un estudio en 1988 indicó que las
oportunidades que tiene un acusado en estos casos de
no ser acusado con la pena capital, aún con evidencia
de la misma calidad, depende del distrito judicial
donde su caso sea procesado. El Fiscal de Distrito de
Filadelfia, Pennsylvania solicita la pena de muerte en
casi todos los casos que técnicamente cualifiquen
para dicha acusación, entre estos está el asesinato
en primer grado.
Por años,
estudio tras estudio ha establecido una conexión
entre la raza del acusado y la aplicación de la pena
de muerte. En Filadelfia, para diciembre del 2001, los
condenados a la pena capital eran 135 hombres y
mujeres, una cantidad virtualmente mayor que 42 otros
estados. De éstos, el noventa por ciento (90%) son
minorías étnicas o raciales. Un informe del
“Pennsylvania Capital Representation Project”
revela que Filadelfia, al comparársele con otros
condados de igual población tiene el mayor número de
personas acusadas clasificadas como minorías raciales
con ciento veintiún (121) acusados. Para la década
de los noventa, la cantidad de latinos en Filadelfia
condenados a la pena de muerte era 35% más alta que
la de Los Angeles, California que tiene 9.5 millones
de habitantes, comparado con Filadelfia que sólo
cuenta con 1.5 millones de habitantes.
El
proceso de abolición de la pena de muerte en Puerto
Rico experimentó cuatro etapas. En el 1917 se aprobó
legislación que abolió temporalmente la pena de
muerte en Puerto Rico hasta el 30 de abril de 1921,
con un efecto “retroactivo aplicable a los reos
condenados a muerte cuya pena no hubiera sido
efectuada”. En los años 1921, 1923 y 1925 el Senado
de Puerto Rico trató sin éxito de que se aprobara la
legislación aboliendo la pena de muerte. La abolición
estatutaria ocurrió en el 1929, “aplicable a los
reos que fueren convictos de delitos que aparejan pena
de muerte por hechos ocurridos antes de la aprobación
de esta Ley.” Finalmente en el 1952 se elevó a
rango constitucional la concepción de un estado que
no impone la muerte a sus ciudadanos culpables de
delitos.
La pena
de muerte es un castigo cruel que NO sirve para
prevenir el crimen. Es siempre utilizada contra los más
pobres. En los EE.UU. es utilizada
desproporcionadamente contra los negros y los latinos.
Un estudio realizado por la Universidad de Columbia
sobre las sentencias a pena de muerte en ese país,
revela que estos casos están plagados de errores y
prejuicios en un 68 %. La mayor parte de los problemas
consisten en representación legal inadecuada y en
evidencia cuestionable.
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